viernes, 12 de junio de 2009

La Montaña

Todos los días veía desde mi ventana una niña subir la montaña frente a mi casita.
La montaña era bastante empinada, rocosa y gris, con algunos senderos que nadie sabía si fueron hechas por una persona o por el agua de las numerosas lluvias que asolaban la cumbre.

Como llegué a verla casi todos los días empeñada en llegar a la cumbre, decidí seguirla.
- Disculpa que te moleste, pero todos los días te veo subir esta montaña. -le dije cuando logré alcanzarla.
- ah.. sí. Todos los días lo hago.
- hay algo especial arriba? -pregunté mirando hacia arriba de modo despreocupado.
- pues..no lo sé.
- entonces por qué lo haces?
- porque lo que más quiero es llegar a la cumbre.
- hay algo especial ahí? - dije al reparar en las heridas de sus manos y piernas.
- con lo dificil que es subir, quizás incluso haya oro dentro de ella. -dijo y me mostró sus pequeñas manos y rodillas heridas. Acto seguido continuó en su escalada, como si yo jamás hubiese estado ahí.
Impresionada su seguridad, opté por dejarla en paz, pues la estaba retrasando y pronto iba a atardecer.

Pensando que una criatura tan pequeña no tenía nada que hacer en ese lugar y que yo no podía ir a su ritmo infantil, establecí en mi balcón un puesto de vigilancia.
Varias veces la divisé colgando de un peñasco y como si fuera poco caer, cual saco de papas, hasta la base de la mole.

- por Dios! Estás bien? -dije buscandola entre la nube de polvo que había levantado.
- sí. -respondió y rápidamente se puso en marcha a la cima.
- Por favor, dentente. Necesitas descansar un poco. -me miró con sus profundos ojos cafés, dignos de un perro abandonado.
- pero, qué pasa si alguien llega primero? -la tomé en brazos y entramos a mi casa.
Aunque me quedé a su lado para calmar su ansias, seguía mirando hacia donde la montaña se confundía con el negro de la noche.

- no temes hacerte daño? -le susurré mientras le acomodaba una frazada.
- me puedo lastimar incluso caminando en un prado de flores.
Esta niña no dejaba de sorprenderme. Le comenté que me recordabaa la caricatura del Coyote y al Correcaminos, especialmente por el modo dramático e inevitable de caer, incluso con pedazos de rocas aferrados a sus manos.

- Bueno, el Coyote nunca deja de perseguir lo que quiere.
- Pero, digo yo, no habrá otra cosa que comer? Cómo van a ser los únicos en el desierto? Dime pequeña, no hay otras montañas que subir? No sabes que hay arriba, quizás solo sea una planicie o alguna planta con espinas. Caíste varias veces y ni siquiera dejaste que te quitara las rocas de enima! Y tampoco sabes que hay del otro lado!! -dije no sin ocultar la impotencia de no lograr nada con la criatura.
-Tú no arriesgarías tu vida por algo que no quieras
- no, claro que no. Acaso quieres esa montaña? La cumbre? No puedes vivir ahí, ni llevartela a casa.
- quizás no. Pero eso solo lo sabré si logro llegar arriba.

No pude continuar la discusión. La determinación de esta niña me dejaba sin palabras. Y al igual que el Coyote, nunca me pareció estúpido ( de hecho, manejaba conceptos de física), pero si terco, paciente y bastante insensato. Tan insensato como mi intento por encontrar lógica en el actuar de la niña o en el de cualquier ser humano.

Cuando perguntó si ya la dejaría subir, no hice más ademán que impulsarla por atrás y seguirla en mi puesto de vigilancia. De todas formas, nunca supe cómo terminó la serie.

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