miércoles, 9 de septiembre de 2009

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Por más que muestren el sol brillando, zonas verdes y la cordillera nevada, Santiago me sigue pareciendo una ciudad muy gris. Todo los días cruzo el río que lleva de todo menos agua. La cordillera no se distingue, pero no precisamente por la nubes y caminar entre edificios que se sobreponen al ego, me predisponen a una tormenta que se desata cada vez que el tiempo no avanza dentro de una clase que considero superflua.
Mi vida, sobretodo estos meses, se ha vuelto (más) vacía. Hay personas que no puedo recuperar y otras que no puedo atrapar para volver a las andanzas juveniles. Varias veces me he cuestionado que distinto puedo hacer para escapar de la masa, que culminaría con mi destrucción si eso llegase a pasar. Ningún talento me hace especial o interesante, y lo que poseo es poco valorado. A quien realmente le interesa expresarse verbalmente con alguien y ser escuchado?
Por el momento, mi nueva batalla se da entre mi rebeldía y el sometimiento al estudio. Sí, tal como deducen, soy nueva en la universidad y en la vida. Y ahora los empates tienen sabor a derrota. Siempre.

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