viernes, 17 de julio de 2009

Las Espadas (2)

- quisiera ver si tiene otra espada, esta tiene un pasado demasiado oscuro.





Con cuidado, el viejo guardó el arma y limpió la sangre fresca que manchó la mesa.
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Don Victor ajustó sus guantes y abrió el segundo estuche. A primera vista pensé que el asistente se había equivocado. La nueva espada parecía más un escudo que un arma. Su hoja era de bronce y muy amplia, como la silueta de una persona delgada. Su borde poseía un filo de un material que quizás en algún momento había sido de plata.
Sin embargo, lo que más llamaba la atención era la inmensa cantidad de joyas incrustadas que recubrían en mismo mango de la espada.
- Esta espada la hizo un hombre rico de un pueblo de China, para su hija mayor cuando esta decidió irse de casa. Como usted puede ver -dijo acercandola a mi -esta espada la cubre, por lo que podría también usarse como escudo.
- aún así, me resulta bastante inutil ya que nisiquiera se la puedo sostener a Jopito.
- El padre la hizo para proteger a su hija, pensó en hacerla de la mejor manera, que fuese hermosa y firme.
- pero con todas esas joyas, la chica se debe haber lastimado...
- precisamente por eso me la dieron. La joven no podía ni atacar ni defenderse con ella; el padre al darsela le quiso dar fe de que podría ella salir sola y tener algo con que defenderse, aunque ella pensó que su padre lo había hecho para retenerla. Nuestras buenas intenciones, por muy buenas que sean no pueden impedir la libertad de los demás, aunque más de alguno resulte herido.
- pero él lo hizo por protegerla, como todo padre, pensó que era lo mejor. -dije compadeciendome.
- pero tampoco puedes negar lo que uno siente o piensa, es como si uno de tus amigos te tratara mal porque piensa que no merece tu amistad.
- no se trata de lo mismo...
- en esencia lo es. Nadie puede privarte de la libertad de salir de tu hogar o de amar a quien realmente has decidido que merece tu corazón.
- Don Victor, eso no tiene nada que ver con la espada -dije algo incómoda.
- Quizás ahora no.

Al parecer, solo bastó mi expresión para que don Victor guardara silencio y la espada.

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